He tenido una vida bendecida. Por muchos años renegue en lo que me hacía falta, pero viendo hoy hacia atrás pienso que tome decisiones en conciencia y alineación con mi corazón que si bien es cierto han estado llenos de aprendizajes no han dejado de acarrear bondades y alegrías inmensas. Una de estas decisiones la tome hace casi 8 años cuando decidimos con mi esposa emprender una nueva aventura de vida para irnos a vivir a Panajachel en el Lago de Atitlán. Desde pequeño había tenido una experiencia muy rica con este espacio. El primero en llevarme fue mi padre. El siempre se ocupo de hacer recorridos distintos de vez en cuando y aunque la mayoría eran breves abrian en mi mente un horizonte que se expandía y alimentaba la neuroplastia en mi cerebro. Pasaron unos años de lo que recuerdo y estando el colegio regrese con unos amigos a celebrar unas vacaciones. Hasta ese momento normalmente iba a la playa en estas épocas, pero después de este viaje todo cambió. Comencé a ir más seguido a una casa que recuerdo con mucho cariño por la playa Los Alpores. El padastro de mi gran amigo Rodrigo Fuentes la había alquilado por unos años y creo que nos encargamos de sacarle el máximo provecho. Diría que la mayoría de semana santas y años nuevos sin contar algunas espacapaditas atemporales las tuvimos allí. Rodrigo se encamino al poco tiempo en su propia vida en Estados Unidos, yo seguí mi camino pero con una constante, el lago seguía presente. Ya fuese para relajar, enfiestar, o conocer mis viajes principalmente eran a este destino. Paso el tiempo y años después acompañe a mi hermano a ver una casa que tenía su abuelo por el lado de San Lucas. Cuando llegamos sin duda que nos dimos cuenta que esta no se había usado en un tiempo. Las arañas cundian las paredes y poco impacto tenian las muertes que generabamos en el global. Fue mi primera sesión de terapia de shock con la aracnofobia. Si quería convivr con el espacio debía de respetar primero a sus habitantes naturales. Esta casa marcó un capítulo grande de mi vida. Le debo mucho a mi hermano y a este espacio de toda la riqueza que trajo a mi vida. Por allí pasaron decenas de artistas que conocieron el lago, también varios amigos, aventuras y mucho más. Cuando nos casamos con mi esposa comenzamos a ir allí con cierta frecuencia. Ella no era de tantos viajes al interior al principio, pero el espacio la cautivó. Poder bajar al muelle y ver la majestuosidad del lago a nuestros pies era realmente un privilegio de muy pocos en el mundo. Ver alrededor el bosque lleno de jiotes cambiar de color rojizo con el pasar del día y escuchar los sonidos de pajaros, insectos, viento, marea y demás marcaba profundo en nuestro adn y relación. Por eso en el año 2016 tomamos la decisión de irnos a vivir allá. Dejamos muchas cosas atrás, diria que una vida entera. Para ese momento yo trabajaba para una de las marcas principales en el mundo en una multinacional que me abria las puertas a un crecimiento económico muy atractivo. Las condiciones no eran malas tampoco habiendo recorrido ya unas cuantas empresas un tanto deplorables al menos en el aspecto humano. Pero dentro de mi yo sabía que este no era mi rumbo. Así que con 34 años nos fuimos a Panajachel. Desde ese día hasta 2 meses previos a mi mundanza a España pasamos la gran mayoría del tiempo por allá. No viviamos en un lugar lujoso. Nuestra casa con todo y jardin no superaba los 50mts2, pero en riqueza natural eran mucho más que todo lo que teniamos a nuestro alrededor en la z.15 de la ciudad capital. Ya sabiamos que debido a su naturaleza volcanica y abundancia hídrica la vegetación era voluptuosa, pero nunca dejaba de asombrarnos como en un espacio tan pequeño de terreno teníamos al alcance de la mano limones, limas, aguacates, frambuesas, pitangas, guayabas y varias hierbas aromaticas. Y sí, no todos los días eran perfectos, vivir en un pueblo rural en Latinoamérica no es algo sencillo, servicios, infraestructura y en general solo el choque de civilizaciones que no han podido adaptarse crea a veces un ambiente que puede llegar a ser hostil. Pero todo esto era realmente irrelevante. En días de trabajo y estrés que tampoco dejamos de tener, solo necesitabamos salir a caminar por la calle del cementerio y bajar justamente cerca de aquella casa que tanto disfrutamos en mi adolescencia para bañarnos en el paisaje del gran místico Lago de Atitlán. En días por las mañanas mirabamos como se formaban las nubes todo alrededor y comenzaban a subir para hacer una cuasi dona en el cielo que logre certificar un día desde el aire. Como una marea acuatica blanca subiendo entre los árboles. Otros días el agua era un espejo y la paz que emanaba con los tres volcanes a la distancia diria que no he vuelto a sentir. Los atardeceres fueron realmente únicos, los mejores que he visto en mi vida. Algo como una combinación de Kandisky con Dalí y un reflejo en el agua con destellos de Van Gogh. Bajar siempre fue sanador. Ya llevo 4 meses del otro lado del planeta, la fortuna me sigue acompañando en mi andar y hoy vivo sobre una tierra con una riqueza soberbia, pero por lo más alto en belleza sigue estando el lago. No se si regrese. No se si el lago sobreviva nuestro impacto humano que tanto lo ha deteriorado, solo sé que mientras lo pude disfrutar me dio todo lo que necesitaba.
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